Están por cumplirse 5 años desde que el Coliseo del barrio San Antonio de Tunja, dejó definitivamente de estar al servicio de la comunidad deportiva capitalina.
Los momentos que se pudieron disfrutar durante los partidos de microfútbol, fútbol sala, baloncesto y voleibol que se llevaron a cabo en el escenario, que tuvo una inversión cercana a los 3.000 millones de pesos, parecen ya un lejano recuerdo, porque los responsables de su recuperación no se han dado por enterados de la importancia que tiene para sus usuarios.
Las filtraciones de agua en el techo o las inundaciones del piso por el inadecuado sistema de recolección de aguas lluvias, llevaron al traste, desde un comienzo, las pretensiones de las autoridades locales y sociedad en general que el coliseo no solo fuera epicentro de competencias del más alto nivel, sino de común utilidad para los habitantes del oriente de la ciudad, sin tener que padecer las inclemencias del viento, sol y agua.
La situación que conllevó a cierres parciales, se agravó definitivamente durante la pandemia donde fue utilizado como centro de reclusión de personas privadas de la libertad que cumplían allí sus penas.
Por estos y otros avatares, lamentablemente el Coliseo sufrió daños en su estructura física, que requieren la intervención de la cubierta, recuperación del maderamen y realización de obras trasversales que ascienden a más de 564 millones de pesos por parte de la Alcaldía Mayor de Tunja o a través del Irdet.
Sin embargo, los trabajos no se llevan a cabo convirtiendo al Coliseo del barrio San Antonio de Tunja, en un elefante blanco que está a la vista de todos sin que el concejo, personería y contraloría digan esta boca es mía.
Fuente: A3QAP